El juego y el gobierno / Juan Gil-Albert

El otro día, antes de ir al Prado para preparar las próximas visitas para unas jornadas en Intermediae, donde la “nueva cultura social” campa a sus anchas, pasé por Moyano a ver a J. Hacía sol y frío. Parece ser que el nuevo ayuntamiento tiene planes para “dinamizar” la vieja cuesta de los libros, encargo cuyos ‘juegos’ van a llevar a cabo los nuevos arquitectos de la revalorización social. Ojalá los efectos del gesto urbano que traman no sean los mismos que los cumplidos cada vez que desmontan sus palés de mercancías: remonetizar los viejos barrios, pese a todas las narrativas que quieran capturar. El amigo librero, sabiendo de mi interés por el Heraklés de Gil-Albert, me mostró el librito de Drama Patrio, editado por Tusquets en Marginales en 1977, que había sido escrito en 1964 tras dieciocho años de su retorno a España en el 46. Bajando por Moyano también Pedro G Romero, intenté hacer de vulgar comercial y vendérselo con elocuencia. El artista andaba a otra cosa, libros de época sobre el discurso pacifista durante la Primera Guerra, pero nada sabíamos y nada tenía el librero para ofrecerle. Yo sólo el rumor del Instante Peligroso, de Jünger, y el primer volumen de Cansinos Assens en La novela de un literato en el que cuenta la llegada a España, por su neutralidad, de toda clase de artistas e intelectuales extranjeros. Quizá sólo por este pacifismo, pudieron verse los Ballets Rusos en Madrid. Volviendo; el artista no se llevó el librito y siguió bajando en busca de libros o mejores bookdealers que nosotros. Al final me lo llevé yo. Ya casi a las puertas del museo, leí que el intelectual pasó por aquí el primer día tras su llegada a Madrid. Un relato en 100 pagintas de la ‘cosa española’, del capricho nacionalcatólico y anarquista, mediado por una posición muy libre, rara avis hoy, y colofón de un tríptico poético que merece la pena leer. He de preguntarle por esto a Germán.

[[[ Extracto sólo el comienzo, para recoger un motivo recurrente en las marañas discursivas en que se introduce la idea de infancia y que nos llevó un tiempo en la investigación desentramar. Me refiero al modo en que se frecuenta el universo de lo infantil para explicar, revelando su carácter caprichoso, lo peor: servidumbre y mancipación ]]]

 

 Cuando no se “representa” nada, cuando simplemente se es,y no nos liga el compromiso alguno político, económico, o profesional, de grupo o de clase, o de partido, tal vez podamos permitirnos hablar con independencia en nombre de todos o, al menos, para que todos nos comprendan. […] muchos -¿la mayoría?- no sienten ese atractivo -esa necesidad- de ser independientes, siendo su aspiración, por el contrario, de signo opuesto; buscan, o se confortan, sabiéndose protegidos, ‘dirigidos’, mandados. Pero hay siempre unos hombres, en cualquier región, en cualquier clima, muchos anónimos, algunos singulares, para quienes la vida, su vida propia, pero también, y casi a la misma altura, su vida social, su vida nacional, es refractaria al mando y que sólo encuentran aliciente en vivir como lo que son, o creen ser, hombres, no soldados, seres, unos relevantes otros modestos, pero que no entienden la vida más que como el continente de una mínima porción verdadera de libertad sin la cual, los mayores acontecimientos sociales no son sino monumentos de piedra, y la vida interior, un mecanismo marcial que acaba por colocar, allí donde íbamos a buscar al ser vivo, el rostro antipático de una consigna seca o la degradación respulsiva de una obediencia deshumanizada. Estos hombres que quieren vivir como lo que se sienten, cuerpos vibrantes, entes con razón, no siempre se dan cuenta de lo que les pasa o, en el desconcierto del mundo actual, no aciertan a expresarse a sí mismos, atenazados, por tal acumulación operante de prejuicios, la índole de sus sentimientos; otros se desconciertan, y mal, o tendenciosamente informados fluctúan, y hasta están en peligro de naufragar; más que traicionar su ideal se hacen indiferentes, flotan, aceptan sin saberlo, se neutraizan, se rinden si, sobre todo, la cuota que se les paga, asciende. Están en primer lugar los jóvenes, no todos, que quieren saber, que no están dispuestos, o creen al menos, a doblar la frente, pero que corren el riesgo de caer en las viejas trampas o nuevas las nuevas mixtificaciones. […] Hace dieciocho años que pisé, de nuevo, tierra española. Regresé, del exilio, a mi antigua casa. […] Lo que yo vi a mi llegada es lo que algunos llaman con encomio, la España eterna; para mí fue, más bien, un fantasma que cobraba realidad. […] Atonía, esto era lo primero que se percibía en la España victoriosa; una victoria de vencidos, vivida por los vencidos. Sin fe en nada. Henchida en vanagloria y carente de realidad íntima, de calor virginal. Los jóvenes, niños durante la guerra civil, crecían respirando un aire enrarecido que ellos, a su vez, devolvían al ambiente después de haberlo sentido circular por sus pulmones viciados. Lo cual producía los efectos de un estancamiento imaginativo que había acabado por oxidar los resortes de la acción, y del pensamiento. Las gentes, los españoles, no se interesaban por nada que no fuera ‘figurar’, el medrar, el presumir, y ¡ay! el servir, como hacía tantos siglos que venía ocurriendo. Por uno de esos sarcamos mal intencionados que se permite la vida, o la historia, ese pueblo que se las tenía de soberbio, casi podría decirse que, desde los tiempos de su unidad nacional, no había hecho otra cosa sino vivir postrado en la servidumbre, mientras se le respetaban, eso sí, el uso y hasta el abuso, de sus caprichos, como se deja hacer con los niños, que juegan pero que no gobiernan.

Drama Patrio, Juan Gil-Albert. 1964.

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Juan Gil-Albert, en Villa Vicenta. Biblioteca Valenciana

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