Está teniendo lugar estos días en Utrech la VI Cumbre del Nuevo Mundo – Stateless Democracy que busca desacoplar la democracia de la idea de estados-nación. La mayoría de las participantes traen la voz de aquellas luchas o movimientos que han sido designados (y asignados) muchas veces como “terroristas”, más que nada por el desafío que suponen para el orden del mundo [[[ Este año Nancy Hollander (representante legal de Chelsea Manning y Mohamedou Ould Slahi); Birgitta Jónsdóttir (Partido Pirata Islandia); Amina Osse (representante Partido Unión Demócratica, PYD, Kurdistán sirio); Dilar Dirik (Movimiento de Mujeres kurdas); Quim Arrufat (Candidaturas de Unidad Popular, CUP, Catalunya); Leila Khaled (Frente Popular de Liberación de Palestina, PLFP); Jennifer McCann (Sinn Féin, Irlanda); Ilena Saturay (Movimiento Democrático Nacional de Filipinas; Emory Douglas (artista, el ex ministro de Cultura del Black Panthers Party); Meike Nack (Fundación de Mujeres Libres, Weqfa, Kurdistán sirio); Suthaharan Nadarajah (Tamil Eelam); Simon P. Sapioper (República de Papúa Occidental); Vivian Ziherl (Fronteras Imaginarias); colectivo de refugiados Estamos aquí; Barcelona en Comú.]]]] Antes que una idea vinculada a un cuerpo teórico particular, muchas prácticas y políticas de aquí y allá implementan la idea de una democracia no vinculada al aparato estatal, destinado, se diría por naturaleza, a imposibilitarla una vez que el capital y la desigualdad se ha filtrado en sus estructuras y burocracias.
Las primeras cinco cumbres estuvieron vinculadas a eventos artísticos internacionales, pero otras citas tuvieron lugar en Mali, India y la cita del año pasado tuvo lugar en Derik, en Rojava. La lucha del pueblo kurdo puede entenderse desde este contexto a partir de la idea del Confederalismo democrático [*] de Öcalan [*]:
El derecho a la autodeterminación de las personas incluye el derecho a un Estado propio. Sin embargo, la fundación de un Estado no incrementa la libertad de las personas. El sistema de las Naciones Unidas, basado en Estados-Nación, permanece ineficiente. Mientras tanto, los Estados-Nación se han Convertido en un serio obstáculo para cualquier desarrollo social. El Confederalismo Democrático es, en contraste, el paradigma de los oprimidos. No es controlado por el Estado. Al mismo tiempo, el Confederalismo Democrático es el proyecto original, cultural y organizativo de una nación democrática. El Confederalismo Democrático se fundamenta en una participación de base. Su proceso de toma de decisiones yace en las comunidades. Los estratos superiores únicamente sirven a la coordinación e implementación de la voluntad de las comunidades que envían sus delegados a las asambleas generales. Por un limitado lapso de tiempo, éstos resultan tanto portavoz como institución ejecutiva. Sin embargo, el poder básico de decisión descansa en las instituciones locales de base.
Las New World Summit fueron ideadas en 2012 por un artista llamado Jonas Staal, y que pretende un poco jaquear las cumbres y las formas de la ONU a nivel discursivo y agenciárselas a nivel formal. Han construido una especie de parlamentos que nos resultan interesantes, no sólo por las fuerzas reunidas habitualmente excluídas de los foros de política internacional y que aquí están representadas con voz propia: también por la intervención material, su tendencia hacia el círculo, el triángulo, formas cerrada en cualquier caso, dentro de las cuales aún late la forma asamblearia/concejista disuelta en la mayoría de parlamentos modernos.
Estancado aparentemente en el tiempo, el simbolismo de la cultura popular continúa vehiculando un mensaje interminabe que obsesivamente repite y obliga a aprender horribles historias del sexo, del amor y de la muerte de los hombres y los dioses.
Esa cutura es otra, y es otra su religión. Es, sobre todo, la cultura de las madres y la religión de las madres, que los hijos (todos los varones lo son en las clases populares españolas) dolorosa y orgullosamente cumplen.
La fiesta popular (la que crea o la que secuestra al pueblo) es la exaltación de una organización del mundo, violentamente fundada, que supone la hegemonía de la comunidad sobre sí misma […] No hay desorden en las fiestas, sino exaltación y rejuvenecimiento de un orden diferente; no hay descontrol sino ejercicio de un poder que no es el de los poderosos.
En casi todas las expresiones que ha tomado (del isismo a la brujería, de los cultos adonaicos a la veneración de la Virgen), y también ahora, la religión popular ha sido, por sus contenidos, y por el mismo componente humano de su práctica la religión de las mujeres. Allí se ha instituido la latencia de su ancestralmente temido poder. Y ése es también el sentido de persecución o marginamiento.
Hoy, el combate contra las taurolatrías cobra esa misma dirección: la del proceso de destrucción de la vieja religión de la madre y el hijo, de la casa, de la comunidad reconocible y la imposición, también entre las clases populares, y las más reacias a ello, de un único modelo de orden y poder, que no es otro que el patriarcal, naturalmente adecuado al proyecto de mundo diseñado desde arriba para las grandes sociedades jerarquizadas, estratificadas, sometidas a control estatal.
Lo femenino radical como sedición. El reino de la madre está en las antípodas del reino del Estado y en el estruendoso imperio del desamor aún alguien pronuncia y alguien escucha palabras inolvidadas.
[“De la muerte de un dios. La fiesta de los toros en el universo simbólico popular”. Manuel Delgado. Nexos, 1986.]
No no / ven sueño. / Duerme pequeño, tu madre te mece, / has de crecer muy deprisa; / hazte fuerte, / para la muerte / ¿Serás bravo o de paz? / ¿Serás carne de matadero o mártir nacional? / Es igual / Basta todo / para un toro. / Ahora soñar, ternerito / No no / ven sueño.
[Pere Quart. “Una vaca amb un vedellet en braços”, cantada por Raimon]
Carolina Bescansa, diputada de Podemos, se presentó con su hijo vestido de blanco inmaculado en el Parlamento en la primera sesión del Congreso tras las elecciones. La cosa ha sido ampliamente comentada por los que han denunciado el espectáculo pueril en la cámara (y otra vez los piojos, bichejo de querencia infantil, hablaremos de ellos más adelante) y los que se lo han tomado como una reivindicación de la conciliación laboral y los derechos de las madres.
La imagen puede parecer sorprendente, inoportuna, no obstante las campañas electorales de todo signo político o ideología están pobladas de niños. Recuerda al uso que de ellos se hace en el ámbito mercantil. Pero las resonancias de la figura del niño y los sentidos de la infancia en la política son más densos e intensos quizá.
Los del partido que se presentan como mayores, hablaron de “Un país en serio” pero se recordará a su cabeza de lista melodramatizando sobre la niña de la crisis española, en otra campaña electoral. El mayor partido de la oposición alardeaba de experiencia y prometía gobierno para la mayoría. Ambos partidos se presentaban como portadores de una experiencia madura y experta (una madurez acaso conseguida a base de articular nuestra venida a menos) que pretendían hacer valer frente a la inexperiencia que acusaron en sus adversarios, que aunque pequeños llegados por abajo, afirmaban mayor altitud moral y ética.
Nadie quiere ser tratado como un niño. Todos quieren acercarse a él. Para todos estos políticos es muy importante presentarse como defensores de los más débiles, de los más desposeídos. Necesitan su voto, lo intercambian por una ilusión no muy diferente a la de los niños y al mismo tiempo completamente distinta a ella, capturándola para unos sueños o deseos que no son de la infancia.
Mientas unos se sienten con la responsabilidad de los ‘mayores’, los hay también quienes se atribuyen el papel de ‘menores’ desde la idea de ignorancia, de incapacidad o de impotencia, incorporando no sólo el deseo o la ilusión, acaso también el miedo que pensamos caracteriza a los niños y que nos hace buscar a otros que nos guíen y nos protejan, que nos ofrezcan buenas explicaciones del mundo, expertos que se dediquen a lo que pensamos no podemos hacer, padres o jefes que organizen lo que pensamos no podemos organizar, fabricantes que fabriquen las cosas que necesitamos (las necesidades mismas, han de ser producidas). Todo ello desarrollando una tolerancia hacia los abusos que vienen de los que nos tutelan y se supone nos protegen, volviéndolos incluso razonables, comprensibles. Eficacia del dominador, pereza y mansedumbre del dominado, amor a las cadenas… ¿cómo hacerse cargo, incluso frente a la cosa más pequeña y sencilla, de esta subordinación al poder mayor que nos damos a nosotros mismos? Esta tolerancia a la servidumbre, esta aprobación de la obdeciencia, efectivamente nos convertiría en gran medida, como tantos analistas y ficciones han determinado, en una sociedad pueril, inmadura, infantiloide. Entendemos que cualquier defensa de la infancia pueda sonar sospechosa en un momento en que las máquinas de infantilización funcionan a todo trapo.
El ilustrador Miguel Brieva ha transitado en sus ilustraciones de diversas maneras los caminos de metonimización entre niño y adulto, entre infancia y política [*]. Daría para una tesis entera. Hace unos años fue el encargado de dar forma a una campaña por la “revolución democrática” de una plataforma a la que aún le quedaba por cumplir con algunos otros avatares antes de conformar, junto a otras fuerzas, la candidatura Ahora Madrid. Esta plataforma ciudadana editó en 2014 un folleto llamado Carta por la Democracia [*] ilustrado en su portada con un congreso de los diputados tomado por la gente.
La avanzadilla o vanguardia de esta masa que irrumpe en el hemiciclo está compuesta de niños que juegan a la comba o que asustan con un molinillo a los pocos políticos que aún permanecen sentados en sus escaños, verdaderamente temerosos de la entrada de ‘la gente’. Los ciudadanos marchan en un número masivo. Su color es blanco, como el de los políticos (sólo las estructuras tienen color). Muestran pancartas: “EDUCACIÓN”, “VIVIENDA”, “SANIDAD’ y una más breve; “SÍ”. Vemos una guitarra y unos globos rojos, y al fondo una ciudad que no parece en ruinas, sino pacíficamente urbanizada.
Nótese que, según la estructura habitual del Congreso de los Diputados, la gente irrumpiría por el centro. Realmente esa es la sección dedicada a las coaliciones, convergencias o grupos mixtos (de carácter nacionalista en algunos casos), lo que quizá podría indicar, y a pesar de la espectacular irrupción de las masas en la escena, cierta ambigüedad a la hora de imaginar una posición en el tablero, además de aludir a una suerte de clase media, concernida por el deterioro del estado del bienestar. Sobre la colorida alfombra de ese congreso, una niña contempla un sobre: es la carta misma que presenta el folletín, que en otra ocasión, siendo portada por una masa abigarrada de gente (niñas y barbudos con camisetas de soles) que avanzan en la misma dirección, aparecerá siendo introducida en una urna rebrotada. El debate de la política, de la mano de todos estos niños, o estos adultos que mentan a la infancia, nos dirige a votar.
Portada y página interior de la Carta por la Democracia del Movimiento por la Democracia. Miguel Brieva.
Si volvemos a la Carta, en otra de las páginas se producen otros juegos de escalas. Una imagen, ampliamente replicada en las redes, muestra una ciudad que no podemos reconocer como Madrid, pues por su armonizado urbanismo parecería más Berlín o París. Hay un río sobre el que circulan barquitos, y un buen número de edificios que se pueden reconocer como institucionales. Sobre esta ciudad camina un gigante que es un niño o un niño que es un gigante, una extraña combinación de fuerzas. Este niño que tiene un pie en el río y otro encima de un edificio lleva un bote de pintura en una mano y un pincel chorreante en la otra. En el bote de pintura puede leerse “Pintura LA RAZÓN”, y en otra página descubrimos, una ciudad mucho más futurista aún (con metros aéreos, modernos rascacielos…) en cuyos edificios este niño habría dejado algunos mensajes: “democracia”, “igualdad”, “dignidad”, “justicia” y “libertad”, palabras que resultan extraños al ser consignadas por un niño.
Ilustraciones de la Carta por la Democracia de Miguel Brieva.
Con Benjamin puede aprenderse que la reducción de los objetos, del cuerpo, nos trae la amenaza de la desaparición, pero también la idea de una verdad pura e irreductible, que resiste, por muy pequeña que parezca. Del agigantamiento se puede decir algo parecido. Alba Rico dice en Leer con niños que “amamos lo grande, nos admira o da risa, porque siempre es más pequeño que el todo”, y al contrario: “amamos lo pequeño, nos da ternura o nos parece hilarante, porque siempre es más grande que la nada”. Lo grande tiende a lo inconmensurable, por eso tiene algo de amenaza; lo pequeño a la desaparición, por eso a veces nos agrada o nos da pena, pero sólo se da esta experimentación cuando nos comparamos con ellos. Ellos dos juntos, el mayor y el menudo (El gordo y el flaco, Frankestein y la niña, el elefante y el ratón, el Quijote y Sancho) componen lo que Alba Rico llama “maravillosa desigualdad”, limitados por arriba y por abajo, “salvados por los pelos”.
Pero en la escena de Brieva lo que tenemos es un agrandamiento de lo pequeño, no una correlación, no una “maravillosa desigualdad” sino una yuxtaposición de las dos ideas. Quizá pueda entenderse como una manera simple de representar la potencia de lo pequeño (“Somos mayores, no los necesitamos ¿Vamos juntas?” decía uno de los ‘tuits’ de la cuenta oficial del ‘movimiento’). En el folleto hay un texto sobre esta escena que dice “Un acuerdo basado en el reconocimiento de la capacidad de la sociedad para organizarse, crear instituciones y gobernarse”, lo que no dejaría dudas de la voluntad de ruptura respecto de la política de los partidos convencionales, al defender, mediante este agigantamiento, la legitimidad de los de abajo.
Aunque el mismo proceso pueda darse a la inversa y lo infantil valga también para menospreciar a los que se creen mayores:
Son como niños.
Pero en la carta del Movimiento por la Democracia hay más gigantes: una mujer adulta de tamaño descomunal, se asoma a un bloque abierto en canal como el 13 Rue del Percebe para entregar a una abuelita una bolsa con frutas o verduras. Preciado hizo mención alguna vez a este miedo a las mujeres gigantas [*] En ese salón un hombre friega los platos; un joven con sudadera de capucha da el biberón a un bebé; abajo tocan el violín; al fondo una ciudad igualmente desconflictuada (la única escena a la contra serían la de las pintadas del niño): pasos de cebra, ni un sólo coche, parques cuidados, columpios poblados de niños a las puertas de un colegio, incluso una huerta. Quizá aquel niño gigante no es una especie de superhéroe de este movimiento sino que, teniendo en cuenta esa otra giganta madre-mujer, tal vez con ellos Brieva habría tratado de subrayar elementos significativos de esta nueva política: los niños gigantes indicarían el poder de los de abajo y las mujeres gigantes su feminismo.
Detalle del anuncio de Ganyem y fotografía del mitin de Manuela Carmena y Ada Colau en la Plaza del Reina Sofía.
El vídeo de presentación de la candidatura Guanyem [*], consistió también en una niña que jugaba con un globo rojo muy cerca de la alcaldía de Barcelona. En un mitin con la candidata de Ahora Madrid, Ada Colau se defendía de la acusación de inexperiencia afirmando que efectivamente estas candidaturas no tenían experiencia en sobresueldos, pero sí “en mujeres que llegan a fin de mes”. En mayo de 2015, un diputado del PP le decía a Teresa Rodríguez, presidenta de Podemos Andalucía “Cállate bonita, no tienes ni puta idea”. En contadas ocasiones Manuela Carmena, la súper-abuela pro-movimientos sociales de la candidatura ciudadana de Madrid, ha mencionado frecuentemente el mito de David contra Goliat para manifestar su confianza en los pequeños. Fue propietaria de una tienda muy chic en Malasaña que vendía ropa infantil y juguetes de tela confeccionada en prisiones de mujeres [*]. Presentada como un proyecto de “reinserción social”, quizá este pequeño negocio que revierte “en un sector de la sociedad marginado” y pueda dar cuenta de qué modo la llamada ‘economía social’ se encuentra plenamente integrada en el proceso de transformación elitista de la ciudad, aunque quién soy yo para calcular ese “valor añadido” y la importancia que pueda tener este trabajo para las mujeres presas que lo realizan.
Podemos, por su cuenta, no ha dejado de recurrir, en su búsqueda de la deseada “hegemonía”, a muchas otras imágenes con niños y niñas para llamar a la ‘participación’, al tiempo que su estructura se jerarquizaba. En un tarjetón del partido morado difundido tras el 25 de marzo (tras el éxito inesperado en las elecciones europeas ) puede verse la escena del niño gigante que describimos anteriormente (parece que el mismo documento gráfico vehicula uno y otro impulso, el municipalista y el partidista) pero el texto que le acompaña es distinto: “Con ellos no pintabas nada. Contigo ahora podemos”, y le acompaña una nota que agradece “las ofertas de colaboración” pero añadiendo que “probablemente nos resulte difícil organizarnos desde ya contigo. Te pedimos un poco de paciencia”. Llamamos a la participación, pero si te pones en contacto para colaborar has de tener paciencia, no seas un niño impaciente.
Las imágenes que el partido puso en circulación son inquietantes, pues se trata de ‘niños antiguos’ (no al estilo de los “niños antiguos” de Christiane Rochefort) que juegan aún al aro o la rayuela (juego que apareció también en la propaganda de Marea Democracia), lo que nos lleva a pensar en un uso ambivalente de la infancia: la posibilidad de aludir a un proceso novedoso, a una participiación de los pequeños o los de abajo, pero emimbrada con la tradición.
Propaganda de Podemos, octubre 2014. Foto original a la izquierda de Alfred Eisenstaedt, Paris, 1963; y a la derecha de Arthur Steel, New Castle, 1962.
Las crisis de todas clases (económicas, sociales, guerras…) de hecho alcanzan su representación más intensa por los efectos en los niños. Habría muchos ejemplos, pero se diría que los indicadores de pobreza, las condiciones de vida, el empobrecimiento, la destrucción o la violencia se supone se vuelven intolerables cuando se trata de niños [*]. Vehículos de expresión, pues, de las ruinas del presente, al tiempo que sugieren la posibilidad de otra cosa.
Pero este tipo de informes se manejan con la ‘crisis’ y la ‘gran recesión’ como una suerte de acontecimiento natural (como se supone es la infancia) con el cual tendríamos que batirnos a modo de desafío gubernamental, lo que no deja de ser una manera de plantear la cuestión bastante interesada y mezquina si tenemos en cuenta que la crisis no es tanto un accidente, sino que es también un negocio, una “estafa” como se decía en la calle, la forma mediante la cual se designa “aquello que se tiene la intención de reestructurar, así como se llama terroristas a aquellos a quienes uno se prepara para golpear”. Entonces se puede tomar, precisamente a los niños y jóvenes como las vidas instaladas en una suerte de ‘crisis permanente’, pues todo el rato se encuentran sometidos al remodelamiento y la reestructuración de su conducta para ajustarlos al papel que la sociedad ha previsto para ellos (serán también reprimidos según se adapten o no a esa empresa).
Podemos, los Ganemos, se refieren a una dimensión de la población que son cuantitativamente mayoría (los trabajadores, la gente) tomándose por David, y a su enemigo como a Goliat, pero podría ser, como dice Alba Rico, que fuera al revés: David ese 1% de privilegiados que se han hecho con el mecanismo (técnico) que derriba al torpe y entrañable gigante, agregado de todas las torpezas y minorías… Quien bajó a las plazas o anduvo por las calles sabe que fuimos el gigante monstruoso capaz de organizar su energía.
¿Es posible pensar que ‘los débiles’ puedan constituirse en mayoría electoral si esa maquinaria, o el sistema en general, está organizada justamente para limitar las posibilidades de que algo así pueda suceder? ¿Cuándo los grandes renunciaron a sus privilegios sobre los pequeños? ¿Es ingenuo, como sería ‘ingenuo’ el niño, confiar en ello? ¿Cómo se le puede oponer, inclusive desde la misma idea de juventud o infancia, una imagen distinta a la que se promueven las nuevas economías del emprendimiento y la creatividad, fascinadas con un retrato sumamente sesgado de eso que llaman “nueva juventud militante europea”? [*] Quizá, como dice Jorge Larrosa, el niño nunca es por lo que ponemos en él. Y antes que a un plan de reformas, el niño nos invita a una utopía.
Ya sabíamos que se mentaría la juventud, la infancia o al niño, para manifestar el derecho a que algo nuevo o distinto pueda surgir y crecer No pocos artistas se han consagrado al niño precisamente para desentenderse de tal o cual normativización creadora: se acude a la infancia y a su breve memoria para desentenderse igualmente de las cuestiones que pudieran parecer demasiado viejas o pesadas para emprender el cambio; y nos reafirmamos también en la infancia, para manifestar cierto desinterés y espontaneidad, entusiasmo, libertad e incluso osadía, necesaria para batirse en un campo de batalla, restringido a unas formas de vida supuestamente maduras y mayores. Pero estas maniobras de la representación política sostenidas por la imagen del menor ignoran (y aunque nos resulten quizá más ‘simpáticas’) el hecho de que esta figura y sus potencias discute y sabotea muchas veces la propia lógica del gobernar.
Todo esto que había comenzado un domingo bajo la forma de manifestación (nuestras vidas no son mercancías en manos de los políticos) había seguido con un poco de revuelta (Lo queremos todo, lo queremos ahora), y luego una inolvidable acampada (Todo el poder para las asambleas); toma la forma ahora de una elección. Los gestos que habían sido capaces de traer al mundo otro mundo, son reformulados y llamados a las urnas. Y es aquí donde perdemos un poco al niño, que quizá es para otra política, algo más contradictoria, algo más arriesgada, algo más poética como habrá tiempo de desarrollar. No obstante, aquellas personas que han organizado así la política de hoy aspiran a contar aún con la confianza de los de la acampada; los de la revuelta; los de la manifestación y con aplomo describen la situación actual como un paso ‘lógico’ en el acontecimiento. En un texto Enmanuel Rodríguez sugería que la idea de una sociedad resuelta en las nociones de ‘mayoría social’, ‘ciudadanía’ o incluso de ‘gente’ opaca el desajuste que caracteriza ‘lo social’: “el retorno –por imaginario que sea– al puré indiferenciado de las clases medias sólo permite, sólo puede permitir, un recambio de élites” [*].
Quizá la abuelita que recoge la verdura de la giganta de Brieva se dispone a preparar esta papilla o puré en una urbe que ignora que la imagen de ciudadanía que acoge, en connivencia con esa otra idea de infancia tan desconflictuada, nada se parece al desajuste que de verdad la constituye. Un periodista ya lo advertía, las candidaturas ciudadanas tienen una habilidad sorprendente para hablar en tercera persona, para extender mediante la categoría de ‘gente’, cosas que sólo ellas piensan, dicen o hacen. Como con los niños, conoceríamos su ‘secreto’, sus necesidades, sus obligaciones, lo que en definitiva desea la gente, espera la gente… En la masa de ciudadanos que avanza hacia el Congreso del dibujo de Brieva hay pues algo inquietantemente homogéneo que denota quizá la pertenencia a una clase, cuya forma de vida se despliega en connivencia con la estructura que, cuando la empobrece, se ve a sí misma como dentro de un litigio moral entre buenos y malos y no advierte los fallos del sistema, algo que en las plazas parecía estar meridianamente claro.
De modo que se detestaría el mito de la ingenuidad infantil (que con poco acierto se declara como romántico) pero no hay capacidad de detectar cuando ese mismo mecanismo está en marcha a una escala mayor; cuando se habla de las personas, los ciudadanos o de gente con el ánimo de disponer de su voto. De manera general corremos cierto peligro en pensar que no se trata del sistema, sino de sus ‘operarios’ (los malos políticos que nos gobiernan); el problema visto así no sería la estructura, sino el modo en que es gestionada (chapuceramente, mafiosamente…) dando a entender que el sistema no es lo que falla sino la talla moral de los que lo organizan. El 20 de mayo del año 2011 Manuel Delgado intervenía en la Plaza de Catanlunya ocupada: “El ciudadanismo es la ideología que ha venido a administrar y atemperar los restos del izquierdismo de clase media, pero también de buena parte de lo que ha sobrevivido del movimiento obrero. El ciudadanismo se concreta en un conjunto de movimientos de reforma ética del capitalismo, que aspiran a aliviar sus efectos mediante una agudización de los valores democráticos abstractos y un aumento en las competencias estatales que la hagan posible, entendiendo de algún modo que la explotación, la exclusión y el abuso no son factores estructurantes, sino meros accidentes o contingencias de un sistema de dominación al que se cree posible mejorar moralmente. El ciudadanismo no impugna el capitalismo, sino sus ‘excesos’ y su carencia de escrúpulos”. [*]
El Comité Invisible afirma en un epígrafe de A nuestros amigos, titulado “Nuestra única patria: la infancia” que en las ciudades está teniendo lugar un fino proceso de selección que distingue entre los que pueden vivir en ellas y los que no, y mucha gente está siendo expulsada de ese ‘paraíso por venir’ de huertos urbanos, centros sociales y fablabs proyectados por emprendedores que, al tiempo que analizan y denuncian la gentrificación, se diría son quizá sus mejores dinamizadores. Digamos que los dibujos de Brieva exponen algunos de estos ‘espejismos urbanos ciudadanos’ que estarían por pensarse en relación al movimiento material que se constituye y aspira llegar a gobernarnos, con nuestro permiso.
Alba Rico quiso recordar a los niños con los que leía Herodoto que a partir de él: “Todo relato es un relato de legitimación; los vencedores tienen que narrar su victoria y la tienen que narrar subvertida o volteada, como si fuera la victoria de la justicia, el triunfo de la razón, la superioridad del débil frente al fuerte […] Hasta tal punto este Gran Cuento es poderoso que inevitablemente se nos impone la ilusión de que en la figura de Espartaco crucificado, vencieron los esclavos, de que el final de las guerras médicas es el principio de un nuevo mundo y de que nuestros abuelos republicanos no lucharon en vano”.
Ojalá este proceso que desea verse en hermanamiento con lo que vivimos en las plazas no
recurra a este “Gran Cuento”, que esconde que el triunfo de los pequeños, de David, sólo ilustra la derrota moral de los vencedores (o “la mínima derrota de los poderosos” o “el triunfo insuficiente de los débiles”). Coupat y cía. dicen que “si las elecciones son desde hace dos buenos siglos el instrumento más socorrido, después del ejército, para hacer callar a las insurrecciones, es sin duda porque los insurrectos nunca son mayoría”. Pero el Comité Invisible del 2015 ya no es el del 2007 y reconoce que en la “conspiración difusa” a la que ellos también pertenecen (o pertenecieron antes de presentarse a cara descubierta en las librerías de aquí y allá) “reina la mayor confusión” y su partido (recuérdese, el Partido Imaginario) “por todas partes se tropieza con su propia herencia ideológica: se engancha a los pies de todo un armazón de tradiciones revolucionarias derrotadas y difuntas, pero que exigen respeto”.
Las insurrecciones llegaron pero no las revoluciones: “hemos sido despojados de la revolución como proceso”, admiten al comienzo de su último panfleto y es importante realizarse la pregunta sobre cómo mantenernos fiel a ellas “sin separarnos, construyendo eso mismo que, a partir de ese momento, faltaba en nuestra vida de antes”
Los revolucionarios no tienen que convertir a la ‘población’ desde la exterioridad vacía de no se sabe qué ‘proyecto de sociedad’. Tienen que partir más bien de su propia presencia, de los lugares que habitan, de los territorios que le son familiares, de los vínculos que los unen a lo que se trama a su alrededor. La vida es el lugar desde donde emanan la identificación del enemigo, las estrategias y las tácticas eficaces, y no desde una profesión de fe previa. La lógica del incremento de potencia, he ahí todo lo que se puede oponer a la lógica de la toma de poder. Habitar plenamente, he ahí todo lo que se puede oponer al paradigma del gobierno. Uno bien puede lanzarse sobre el aparato de Estado; pero si el terreno ganado no se llena inmediatamente con una vida nueva, el gobierno terminará por volver […] Quizá no haya una sociedad que destruir ni que convencer: quizá esta ficción nacida a finales del siglo XVIII y que ocupó tanto a revolucionarios como a gobernantes durante dos siglos, ha entregado su último aliento sin que nos diéramos cuenta.
Habrá que preguntarse cómo podría convenirse una política con el niño, con lo que ya hace o dice la vida en infancia (aunque parezca no decir o querer decir absolutamente nada) distinta a la de los procesos políticos de hoy que han recurrido a su figura para ilustrar la toma del poder institucional, el acceso al gobierno, política que tan ajena es al niño. Quizá su compañía nos emplaza a otro sueño.
En el juego de mandar y obedecer, de ‘ir tras’ o ‘huir de’, pronto todos los niños se mueren de aburrimiento y siempre llega el momento de inventir los términos del juego…
Hubo una tesis sobre la idea de infancia que se acabó cuando la sociedad se preguntaba, otra vez, si era ético difundir imágenes de niños refugiados muertos. Defender su difusión era para algunos periodistas y activistas una cosa bastante morbosa, además de una falta de respeto hacia el niño muerto y su familia. Por otro lado, acaso reconociendo cierta indiferencia hacia lo que se ve y al mismo tiempo exigiendo para las imágenes una efectividad total, de nada serviría propagarlas.
Recordé a Sontag para decir en un breve texto [*] que quizá los morbosos y los faltos de ética son quienes se negaban a contemplar ese tipo de imágenes, prolongando un mundo horrible sin imagen: en el que las heridas, sobre todo las que hicimos a los otros, las que habrían de comprometernos, se esconden ni lucha: en el que las rupturas se disimulan. Los menores, eternos apartados de la representación, de la sociedad en general, y sin embargo, nada en el mundo de los adultos en el que están obligados a vivir les es ajeno. Menos aún su violencia.
Todo poder comienza con el poder sobre los niños; era una buena cita creo para comenzar una tesis en la que quería hablar, no sólo ‘de los niños’, sino sobre todo de los que se toma como tales; por menores, pequeños, insignificantes, incapaces, irresponsables, por los que desean ostentar algún tipo de poder, ejercer alguna autoridad. Y ahí se diría entran casi todos los oprimidos que imaginemos.
Tanto lo peor (el fascismo, el totalitarismo, el capitalismo…) como lo mejor (la revolución, la utopía, la poesía….) pugnan por capturar para sí una idea de infancia que al final parece termina siendo ofrecida en sacrificio al capitalismo, que la toma como su bien más preciado. Pues como dicen los compraniños de El hombre que ríe de Víctor Hugo, a un niño se le puede dar la forma que se quiera.
¿Se puede pensar el mundo de hoy -los poderes, las políticas, las revoluciones, las economías- teniendo en cuenta las semánticas, gramáticas y mitologías en torno al significado de la infancia y lo infantil que se practican?
¿Se puede tomar al niño como figura portadora de un significado ambigüo, desconectada de los espacios se le supone son propios (el aula, el aprendizaje, la familia, etc….) para ponerla en otro sitio, tomándola como indicador y pivote sobre la cual pueden contarse las cosas de otra manera? Si todo poder comienza con el poder de los niños hay que pensar tanto quién es el niño como a quien se toma por tal, y al mismo tiempo qué puede un niño. O una niña. Quizá debamos custodiar una idea suficientemente ambigüa al comienzo -das kund- para poder acaso comenzar a pensar.
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[atentados]
También hubo unas elecciones al parlamento de la nación en las que, como dice un amigo, “todos perdieron”. Lo nuevo que no acaba de nacer, efectivamente no acaba de nacer; lo viejo que esperamos muera no acaba de morir. También muchos sospechan si es posible que el ‘no nacido’ sea ya suficientemente viejo como para morir; o cabe preguntarse quizá por el tipo de evoluciones paidomórficas que ha puesto en marcha lo viejo para sobrevivir.
En twitter alguien apuntaba que en los dos únicos actos de violencia acontecidos durante la campaña electoral estuvo involucrado el presidente y varios menores: el presidente pegó a un menor en público (a su propio hijo) y un menor pegó al presidente en el pueblo en que nació.. Alguna gente aplaudió al segundo menor, cuando era trasladado en el coche policial [*]. A éste los medios y los políticos lo despreciaron. Los jueces lo han condenado [*] y se encuentra encarcelado en un centro dependiente del Estado en el que hace unos años murio un joven [*]. El joven agresor del presidente no se resistió al castigo, sabía lo que hizo, no se arrepentió. “El niño criminal es el que ha forzado una puerta que da a un lugar prohibido. Quiere que esa puerta se abra sobre el más bello paisaje del mundo: exige que la cárcel que merece sea feroz. Es decir, digna del esfuerzo diabólico que le ha costado conquistarla”.
Anteo Zamboni, erró en su disparo dedicado al Duce durante un desfile en Roma el 31 de octubre de 1926. El joven de 14 años fue inmediatamente linchado y atacado por los fascistas italianos. Recibió catorce puñaladas. Curiosamente, fue el padre de Pasolini (Carlo Alberto Pasolini), oficial de caballería, quien detuvo al chico. A raíz de este hecho, Mussolini suprimió las libertades y disolvió todos los partidos de la oposición.
Se diría que las leyes antiterroristas y el estatuto del menor fueron redactados por las mismas mentes. Como esperamos que los niños hagan con los adultos, toleramos la falta de libertad a cambio de una seguridad y un supuesto bienestar. Vivimos en una sociedad donde el presidente puede pegar en público a un menor, lo que viene siendo ‘una gracieta’, pero un menor no puede golpear al presidente en el pueblo donde nació aunque pensemos lo merezca. Y si lo hace, lo tomaremos igual como una gracia memética. Los golpes sólo pueden ir en una dirección, la legitimidad se calcula respecto de la obediencia. Ahí desde donde se ejerce el monopolio de la violencia (y se controlan sus significados y su praxis) también se alardea de ser la posición civilizada de un conflicto sostenido a base de tomar al oprimido por un bárbaro, por un bicho insisgnificante que hay que aplastar. La lista de abusos cometidos en Francia, desde que se declaró el “estado de emergencia”, es ya ‘enorme’ [*]
Podemos explicarles a los niños que las flores nos protegen de las balas, que los hay buenos [solemos ser nosotros] y los hay malos, llenos de odio [que suelen ser los otros]. Como si nuestros Estados ‘democraticos’ estuvieran fundados en la solidaridad y el amor (exactamente lo mismo que se espera de la familia que recibe al niño que nace). Si explicamos a los niños los conflictos del presente como un problema moral, el fraude del sistema y la ignominia de la estructura que nos estructura, quedará siempre disfrazada por los efectos de aquellos que tomamos por inmorales. Y la guerra estará asegurada.
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[cabalgatas y desfiles]
Luego hubo una navidad. Los colegios estaban ya decorados de esta fiesta cuando la sociedad acudió a ellos a despositar sus papeletas electorales. Hubo niños y viejos. Hubo también desalojo preventivo de la Puerta del Sol para practicar la fiesta del fin de año. Y hubo una cabalgata de reyes falsamente polemizada por: los que se toman por defensores de la tradición de un lado, y de otro, los que se han propuesto ser sus reformadores y modernizadores, escudados ambos en “la estética infantil” o el supuesto “gusto de los niños” (que se puede traducir, con Michelet o Bergamin, al de los pueblos) que en el fondo es producido, impuesto, introducido en un medio incuestionable. Y da lo mismo una posición que otra. Igual da el equipamiento y la carrocería del asunto “si éste obedece a las necesidades del motor”: si al final sigue siendo la Policía montada a caballo, el Corte Inglés, Cocacola, Movistar, Disney, la televisión, los vídeojuegos, las empresas del Estado, sus ‘cuerpos de seguridad’, quienes no se ha movido de sitio [*]. Desfila el orden dado para una sociedad que se trata cómo a un niño y cuya única madurez admitida será la que demuestre haberlo interiorizado a riesgo de ser tomado por ingenua, inadaptada o bárbara. La idea de Fourier de unas cruzadas remendonas que salen de Europa para zurzir los zapatos de los oprimidos de Oriente y Constantinopla resulta disparatada, pero profundamente lúcida políticamente. En nuestros desfiles realistas, diversos, multiculturales, las empresas de telefonía aún reparten coronas de cartón, la empresa que hace negocios vendiendo trajes antidisturbios al estado, trajes y cestas de navidad, llena de caramelos los bolsillos de los niños a los que enseñamos fascinantes naderías, a habitar el mundo que no han de rozar nunca, a los que enseñamos a desaprender lo que ya saben. Es tan evidente la evidencia [sic] que no necesita ser advertida: Achtung, sus hijos serán introducidos en el capitalismo de consumo al paso de este desfile.
No lamentamos el gasto del evento, sino que se trate de un gasto aún productivo, a favor de lo que hay. Transacción dedicada al mismo beneficio, nueva cabalgata multiculto pero rodavía apresada en su condición de mercancía. Si al menos se hubieran gastado ese casi millón de euros en algo verdadera y radicalmente gratuito, libre, improductivo. Los regalos, efectivamente vienen del más allá. El intercambio efectuado asegura la continuidad de cierta estructura, reafirma el estatus diferencial entre mayores y menores, entre iniciados y no iniciados pero también esta división implica tipo de economía, que se invierte ritualmente, de tanto en tanto, para que todo siga igual. Los niños son los protagonistas, los pobres comen en el ayuntamiento.
La grave traición al pacto civilizador del “pictoplasma” que se atrevió a revelar el secreto de los Reyes Magos en la televisión pública [* y *] (((que autodisciplinado ha renunciado a su bonificación salarial “pues incumplí las órdenes de la directora” y entona bellamente un mea culpa en clave barroca que esta cabalgata quiso desconocer [*]))) resulta anecdótica si lo comparamos con el secreto y el misterio del negocio que aún reina para todos. Su gobernanza sobre la vida ha pasado a frecuentarse como una naturaleza. Todos los espacios de la vida se han vueltos productivos. La economía media por los sueños de la sociedad de los niños. Su cómplice vuelve a ser la cultura, la moda que pasa, la innovación, el mito del progreso y del progresismo de siempre.
Han venido de Oriente y del Sur, están en Calais, es la noche de Reyes también para ellos:
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[naturaleza humana]
Homenajeamos y rendimos tributo a Pachamama con luces leds y máquinas de disparar serpetín y animales robotizados -antes mascotas hoy drones, el regalo de la navidad [*]- declarando nuestra incapacidad para relacionarnos con la naturaleza. La transacción afecta también a los espíritus de lo material. ¿A qué humanidad se le ocurrirá por fin crear un espacio bueno para esos animales maltratados? Ocas, burritos, toritos, camellos, que, cierto es, tanto emocionan a los niños de ciudad cuando aparecen por sus calles. En nombre de su protección y respeto se erige la idea de urbanidad, ecología y civilización más despojada de naturaleza que pueda imaginarse. Sin posibilidad de averiguar qué misterios de muerte guarda la vida y viceversa, cuánto de vida hay en la muerte. Hay que preguntarse si la época que es capaz de tratar a los animales como si fueran personas no es también es la época en la que el trato a las personas como animales se ha generalizado.
Debemos apartarnos de la naturaleza en virtud de nuestro civismo, no sea que descubramos que estamos hechos de una pasta un poco más contradictoria. Habrá que apartar de nuestros ojos la figura terrible del niño muerto en la playa de Europa, la oca del desfile, el refugiado cuya llegada todavía ignoran los ‘políticos de la bienvenida’, porque no ha sido contabilizado por su burocracia, tal y como ha de contarse cada individuo que quiera celebrar en la Puerta del Sol, y que sin embargo ha cenado y dormido en las camas de nuestros amigos que fueron a recogerlos de noche a la Estación Sur.
Disimular el despojamiento, el derrumbamiento que no cesa, con el brillo de una nueva moral política. Habrá que remover los árboles por una versión más tecnológica de la idea de árbol que se maneja en la ciudad, más eficiente, más productiva y más ecológica que el árbol mismo [*]. Lo que sea con tal de no renunciar al suplemento de seducción tecnológica que exige la época. También conceder a la ciudad gris algunos islotes de huerta autogestionada que ayudarán a monetizar al alza los barrios donde aparezcan. Los impulsores de estas nuevas políticas y esta nueva moralidad son también quienes renuevan el estilo de nuestros desfiles y quienes en situación de ficción política, como una “invasión alienígena” corren a preguntarles a los expertos y a los coroneles, “lo único real de su ficción” [* y *]. Los expertos, efectivamente, podrán dar con fórmulas como la que sigue, que ha sido utilizada por la Unión Europea para calcular los “cupos” de extranjeros por acoger en cada país.
Los recibiremos con condiciones, con desconfianza. Tal y como comienza ya nuestra democracia en las mesas electorales: los partidos se vigilan unos a otros sospechando ya de un fraude o corrupción que esperan de partida, lo que supone un problema de antemano para los que quieran argumentar que el poder político profesional no corrompe y puede llevarse una vida mora.
La ley gravitatoria del mundo sigue un nuevo magnetismo cuyo entendimiento se nos escapa. Ni las ocas, ni los niños, ni los presos,ni los emigrantes, ni los extranjeros pueden votar y sin embargo viven en el mundo que se supone decide en cada convocatoria electoral.
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[cultura por la base]
Hubo una vez una Cabalgata Indignada, un desfile de reyes sin reyes, para niños-para todos, contrapuesto al desfile oficial que tuvo lugar a pesar de la violencia policial dedicada para evitarlo, las cargas y las detenciones [*]. Bajo el lema “Hemos perdido la inocencia”, los barrios, en muy poco tiempo, habían construido toda clase de carrozas, cabezudos, disfraces y se plantaron en el centro de la ciudad con ellos. La indignación supo efectuar la inversión adultos-niños esperable en estos días de navidad de otra forma, y con ello la transacción o prestación que indicaba era también de otro tipo, afectada de otra economía. La Asamblea de la Sierra Norte de Madrid construyó una montaña, remolcada por un camión, con sus ríos y sus pinares. Un verdadero despliegue de artesanía y creatividad popular se había realizado y frente al desfile oficial, al que sólo podía asistirse como espectador, allí uno podía componerse, trabajar, inventar la mascarada con los otros y formar parte de la cabalgata, de las saturnalia de ese diciembre del 2011, cuando habían pasado seis meses de la toma de la plaza, tres meses de un 15O que terminó con la ocupación del Hotel Madrid en el tiempo de traspaso de poderes del PSOE al PP (incluidas las Delegaciones de Gobierno). El hoy ‘concejal del 15M’ (((que decretó el sueño [*] tras las elecciones municipales del 24 de mayo))) vio en aquella cabalgata “una pista sobre las nuevas instituciones” [*] y no hubiera estado mal haberla seguido el rastro. Nada de esa experiencia que vio desfilar montañas ha parecido afectar a las formas de hacer hoy el desfile, que vuelve a salir sin nosotros. No obstante en algunos barrios de Madrid, parece haberse retomado la costumbre de dejar en manos de los vecinos sus festejos, vecinos que llevaban años saliendo ya con sus magas, por cierto. En ningún caso se trata de haber escogido a tal o cual persona frente a tal o cual otra. Habría bastado quizá detenerse un poco en lo que pasa o pasó por abajo, al margen del buen trabajo que pueden hacer los trabajadores culturales, los intelectuales y los expertos en nueva cultura. La emancipación de los ciudadanos nunca obra de los ciudadanos para los creadores que se han propuesto emanciparlos.
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[política]
Desde hace unas semanas una conversación está abierta con M. Ella trajo algunas preguntas importantes. La fundamental es respecto a qué pasó con el deseo de hacer política, de cambiar algunas cosas. Que nos pasó. Qué es lo que deseamos. Pero sobre todo qué pasó con la acción adherida a esos deseos. Ella se siente sola. Muchos de sus amigos y amigas ya no están. Ya no estamos. Quizá no hacía falta que yo se lo recordara.
Si pensamos que lo que ‘nació’ en las plazas tenía forma de niño, una forma descontrolada, afectiva y afectante, pero no organizada, todavía ambigua, como las colectividades de las que se nutría; el camino que va de la calle al parlamento podrá ser presentado como un ejemplo de maduración, de crecimiento. Un crecimiento de niño calculado respecto del poder que alcance y por lo tanto habrá que ver -si partimos de la cita que abría la tesis- si esta conquista del poder tiene lugar al precio de tomar a otros como inferiores. No obstante si lo que tuvo lugar en las plazas fue más bien ya una ‘madurez’, en cuanto conocimos una forma de política hecha por nosotros mismos, una emancipación obra nuestra, entonces estas evoluciones electorales serían como una especie de decrecimiento o regresión, como una vuelta a la infancia, al redil de la mancipación, en tanto en que se plantea la conversación de nuevo en la dimensión del gobierno, el gobernar, los gobernantes y gobernados.
Qué pasó con el deseo. Qué pasó con la acción para ese deseo me preguntaba M. No podrá sublimarse la pregunta inventando una nueva casita digital, pero al menos podremos compartir estas preguntas, quizá conectar con otras personas que igualmente necesitan o buscan pensar y hablar sobre lo que nos ha pasado. Y sobre lo que no nos pasa.
¿Hay alguien ahí?
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[cuadernos digitales]
¿Para qué? ¿Para quien? ¿Devenir escritor como una forma de sobrevivir a la inacción?
En una entrevista Camille de Toledo, preguntado sobre si pondría alguna bomba en algún sitio respondió: -. ¡No! ¡Qué atraso, qué antiguo! Crearía un evento. ¡Y un libro puede serlo! Si escribo “va a empezar a llover”, hay esperanza de que empiece a llover. ¡Creo en las palabras!
Creemos en las palabras quizá por su potencia de orientarnos hacia la acción. Aunque casi siempre somos para la ausencia material de ese vínculo, a veces ocurre que algo resuena de otro modo y lo roza. Roza el mundo de otro modo que no por el gesto explotador e indiferente.
Armé en otro lado un blog con la correlación de trabajos, de creaciones, de elaboraciones y compañías [*]. Pero echaba de menos un cuaderno en el que bocetar pensamientos, lanzar preguntas, habitar contradicciones y recoger algunas formas. Hubo varias aventuras digitales antes. Puede que nadie tenga tiempo de leer, puede que yo no encuentre o cuide el tiempo para continuar. Se cruzaron algunos problemas y algunas preguntas. Volvieron algunas necesidades y algunos anhelos… abrir esto es una forma de comenzar a hacerse cargo de ello.
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[j u b e n a l i a]
Quizá a determinada gente de Madrid, de determinado rango de edad, pueda resonarle el nombre de este blog. Quizá en otro momento me ocupe de contar algo de esa historia, de las juvenalias, la fiesta de los jóvenes que Nerón [*] añadió a las Saturnales y que los socialistas montaron para los niños y niñas de Madrid.
Menores (e ideas de ‘minoría’) a los que este cuaderno quiere prestar especial atención, sin que por ello se convierta en un redil del que no podamos salir de tanto en tanto.
Para el término juvenalia, cabe inventarse una etimología por el juego homofónico de la v/b que introduce, en su acepción francesa [jubé] una forma arquitectónica de los templos o iglesias situada justamente en la frontera entre el mundo de los que controlan el rito y los fieles que lo practican. La ‘cruz del pueblo’ corona esa división que ocupa también muchas veces el coro alto.
En una película bellísima de Antonio Reis y Margarita Cordeiro, Trás-os-Montes, hay una escena en la cual el viejo concejo-coro del pueblo y el pueblo de hoy se confunden, o más bien se encuentran en el mismo lugar, en el mismo tiempo. Tiempo otro encontrado con sí mismo cuyos medianeros resultan ser unos pocos niños.
Con Jubenalia declaro (otra vez con ánimo mercuriano) una voluntad de permanecer en ese límite, en el crucero de una división (¿sagrada?) del mundo, sólo interrupida (¿profanada?) quizá por las revoluciones de todas las escalas que aún soñamos y para las que apenas conseguimos darnos la palabra que las acerca para la acción.